radiante

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tomada por: Angelica Ardila

viernes, 3 de agosto de 2012

Un niño y un anciano


              Solías ser como un niño, jugabas a correr libre entre la hierba mientras la brisa acariciaba tu cara y carcajadas inundaban tu boca;  aún recuerdo toda esa alegría que plasmabas ante cada situación, me acuerdo de tus anhelos y así mismo de tus ilusiones. Pero de un momento a otro te detuviste para observar unas inmensas maquinas, estas maquinas hacían volar el tiempo, sus manos corrían y corrían en su afán inminente.
Corriste tras sus manecillas, tratando de encontrar el ritmo perfecto para llevar tu vida, seguiste corriendo hasta que tus piernas envejecieron,  y  ese corazón que anhelaba correr y jugar se apagaba lentamente. Aun así seguiste corriendo tras aquellas manecillas. Esperando y corriendo, hasta que por fin pudiste agarrarte del minutero, te aferraste a él tan fuerte cómo pudiste y justo allí ¡viste tus manos! Aquellas manos que hacía décadas habías olvidado mirar. Contaste arruga tras arruga y te diste cuenta que no eras el mismo, en ese preciso momento fue cuando descubriste cuanto tiempo habías gastado buscando la perfección de la vida, alzaste tu mirada al cielo…
Estaba más azul que nunca, el sol brillaba con intensidad sobre tus ojos y sobre aquel reloj que tan oxidado se encontraba, ¡De repente! tu corazón empezó a despertar paulatinamente mientras que tu alma y espíritu rompían sus cadenas, después fue el turno de tus piernas que decidieron apartarse de las manecillas del reloj, pero  hacían falta tus manos; era el preciso momento para que soltaran aquello que no les permitió jugar en mucho tiempo… cuando te soltaste te diste cuenta que lo que antes eran praderas se había convertido en mares, pensaste en descender y caer en el océano para así fundirte con él pero cuando comenzaste a caer sentiste un dolor inmenso en tu espalda. Había algo que empezaba a brotar desde tus omóplatos, se empezaba a sacudir y prontamente empezaste a ascender, llegaste al cielo descubriendo que te habían brotado alas grandes y blancas… aquellas alas que te ayudarían a jugar como en aquella pradera.
Cuando empezaste a perseguir las nubes te acordaste del oxidado reloj. Buscaste desesperadamente su ubicación, hasta que viste allí, desde el cielo a aquel reloj oxidado desplomándose y hundiéndose en el fondo del mar. Fue en ese momento donde una lágrima se resbaló desde tus ojos hasta el mar y tu corazón se llenó de alegría
Solo en ese momento, t u alma y tu cuerpo rejuvenecieron. ¡Volviste a ser un niño! Con alas en su espalda y experiencias de un anciano grabadas en tu memoria.

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